Entrevistas Limónov - El País 1991 (y más)

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ENTREVISTA CON

EDUARD LIMONOV 1991

 (Limonov ha recorrido un largo camino desde entonces)

Limónov y NATALIA MEDVEDEVA en Paris - 1985

Del diario español  El País   29-07-1991

   Por JAVIER VALENZUELA

 

"Escritura y sexo son los últimos espacios de libertad"

A Edward Limónov se le ha llamado "el disidente de los disidentes" y también "el Jean Genet soviético". Y eso porque este escritor, medio ruso, medio ucranio, de 47 años, nunca ha querido desempeñar el papel del fugitivo del Este boquiabierto ante las maravillas del mundo libre.

 

Residente desde hace 17 años en Occidente -en Nueva York y ahora en París-, Limónov ha criticado y critica con la misma ferocidad ambos lados del desaparecido telón de acero.

 

 

Ediciones del Oriente y del Mediterráneo acaba de publicar Historia de un servidor, primero de sus 12 libros traducido al castellano, en el que cuenta su experiencia como mayordomo de un millonario neoyorquino.

 

  La entrevista ha terminado, y Limónov saca del cochambroso frigorífico una botella de vino blanco y se apresta a liquidarla de una sola tacada en unión de los periodistas. Vive el escritor en un viejo edificio de la Rue de Turenne, en el abigarrado tercer distrito de París. Su minúsculo apartamento está decorado con carteles soviéticos que animan a las masas a producir más gas o exaltan al fundador del KGB.En un rincón, cubierta con una bandera norteamericana, reposa una vieja Olivetti con caracteres cirílicos. Es una máquina de escribir robada en la Unesco, pero, con grandes risas, Limónov se apresura a señalar que él no fue el autor de la fechoría.

 

Es una precisión que no está de más, porque este hombre, de pelo gris cortado a cepillo y ojos grises tras gruesas gafas de miope, ha reconocido en sus libros haber sido un pequeño delincuente en un periodo de su juventud en la URSS, y también haber frecuentado, durante su estancia en Nueva York, los bajos fondos del alcohol, la droga y la prostitución homosexual.

 

"No me atrevo a llamarme un intelectual", dice Limónov, un escritor cuya obra es considerada por la crítica francesa como uno de los mayores ejemplos de furor, procacidad y humor negro de nuestro tiempo.

"Yo", añade, "soy un aventurero cultural, que se identifica con esa mayoría de la población terrestre que vive mucho más peligrosamente que la otra".

 

Pregunta. Usted nació en Jarkov, hijo de un capitán del Ejército Rojo. Luego fue delincuente juvenil, metalúrgico y finalmente poeta clandestino, autor de numerosos samizdat. Abandonó la URSS en 1974. ¿Fue una decisión voluntaria o el KGB le puso de patitas en la calle?

 

Respuesta. Fue una mezcla de ambas cosas. El KGB me detuvo en 1973, porque me había casado en una iglesia ortodoxa de Moscú delante de un montón de extranjeros. En aquel tiempo, yo frecuentaba en Moscú a muchos extranjeros. Las embajadas y los centros culturales tenían la costumbre de invitarme a sus fiestas en calidad de celebridad literaria local. El KGB quería que me convirtiera en un soplón, así que, un año después de mi detención, yo mismo decidí abandonar el país. La verdad es que el KGB no hizo ningún esfuerzo para dificultar mi salida.

 

Sueño americano

 

P. Poco después, usted aterriza en Estados Unidos, en la ciudad de Nueva York. ¿Llegó a ese lugar fascinado por el sueño americano?

 

R. En absoluto. Ya estaba preparado para no caer rendido de admiración ante el modo de vida norteamericano gracias a los contactos que había tenido en Moscú con intelectuales occidentales de izquierda.

 

P. De usted se ha escrito que es igualmente duro con las pesadillas soviética y occidental. ¿Qué le parece que tienen de común y de diferente ambos sistemas?

 

R. El universo colectivista soviético es una pesadilla para las individualidades, porque pretende, mejor dicho, pretendía, igualar a todo el mundo a la baja. En cambio, el mundo occidental es nefasto para sectores sociales, excluye de su bienestar a capas completas de la población.

 

P. En varias de sus novelas, incluida "Historia de un servidor", usted ha retratado con mucha dureza Nueva York. ¿Cómo definiría esa ciudad?

R. Un decorado de película de Mad Max, una jungla fascinante donde cohabitan, cada cual en su rincón, las personas más ricas y las más pobres del planeta.

P. ¿Qué motivos le trajeron a París?

  R. El azar.  En 1976 escribí en Nueva York mi primera novela, "El poeta ruso prefiere a los grandes negros"     ("Soy Yo, Edichka" - Ediciones Marbot (2014), y durante cuatro años no le encontré ningún editor norteamericano.

Los editores norteamericanos pretendían que yo escribiera como el buen exiliado ruso en Occidente, querían que me centrara en la crítica del universo totalitario soviético. Pero yo me negaba a desempenar ese papel; yo quería ser como todo el mundo: un miembro enloquecido de la sociedad occÍdental.

Entonces se interesó en mi obra el editor francés Jean-Jacques Pauvert, el hombre que había publicado, entre otros, a Georges Bataille, el marqués de Sade, la antología del humor negro...

 

P. No es de extrañar, puesto que algunos de sus libros parecen encuadernados con esperma. ¿Estaba usted en Moscú al corriente de la moderna literatura maldita occidental?

 

R. No. Tan sólo conocía algunos nombres, los del marqués de Sade, Henry Miller o Jean Genet. Pero no sus obras que estaban prohibidas. Esa literatura constituía para mí una leyenda.

Apátrida

 

P. Volvamos a París. Supongo que me iba a decir que Pauvert fue el motivo que en 1980 le trajo a esta ciudad.

 

R. Exacto.

 

P. Pero una vez aquí, usted comenzó a batallar por obtener la nacionalidad francesa, y a final la obtuvo. ¿Por qué?

 

R. Porque no tenía ninguna. Desde la salida de Moscú me había convertido en un apátrida, lo cual está muy bien desde el punto de vista estético, pero es francamente engorroso si pretendes viajar por el mundo.

 

P. ¿Le gusta París?

 

R. Yo me considero parisiense, pero sobre todo vecino de mi distrito, el tercero. Odio los barrios burgueses de París y también sus suburbios. En cambio, me gusta este tipo de barrios populares, donde la gente se saluda por sus nombres en los cafés. Aquí la gente no se llama por teléfono, ni tampoco se visita. Se grita de un lado a otro de la calle, como en los países del Este. También me encanta la mezcla de gentes del tercer distrito. En mi Finca vivimos un escritor ruso, un matrimonio de trabajadores negros con sus tres hijos, un enseñante francés con una chica coreana... Y abajo hay un taller de cuero y una boutique de ropa barata.

 

P. Usted es de los pocos escritores rusos que han abordado sin tapujos el sexo. ¿Por qué no existe una tradición erótica en la literatura rusa?

 

R. Los viejos cuentos populares rusos son tan obscenos que pueden hacer enrojecer al vigilante de un burdel. Pero, a diferencia de Francia, esa tradición verbal no ha pasado masivamente a la literatura rusa.

 

P. ¿Y usted por qué ha dado ese salto?

 

R. Porque la escritura y el sexo son los dos únicos terrenos en los que con un poco de valor el ser humano puede aún realizarse más o menos libremente. Y si van juntos, tanto mejor.

 

P. ¿Ha vuelto alguna vez a la URSS?

 

R. Dos veces. La última, invitado por la televisión soviética. Aquello es una tragedia. El Estado soviético se muere a chorros. Yo comprendo perfectamente que los occidentales estén encantados con Gorbachov, pero para nuestro pueblo, sus ambigüedades y contradicciones son una calamidad. Ahora lo que reina en la URSS es un capitalismo salvaje, incontrolado.

 

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                         29 de junio del 1991  

                                (pocos meses antes de la caída de la Unión Soviética)

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                                                                  23 de agosto del 1991

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